Crisis. Una palabra que sirve para todo.
Hace algunos años me gustaba mucho un conjunto que se llamaba “Crisis”. El nombre, la palabra me encantaba:corta, sonora, significativa pero ambigua al mismo tiempo. Luego me enteré de que en chino no existe esta palabra, al menos no con el significado que le damos nosotros. Para los orientales “crisis” (wei ji) es un concepto compuesto por dos símbolos, que significan “peligro” (wei) y “oportunidad” (ji). Todo esto me entusiasmaba y hasta pensé en crear una revista, una colección de textos, solo para ponerle como título “CRISIS”, que tan bien sonaba en inglés y tan llena de esperanza nos llegaba desde China.
Pero poco a poco España, toda Europa, empezó a vivir dentro de una niebla cada vez más tupida formada por una crisis que no tenía nada de hermoso, que sonaba fatal y cuyo contenido se resumía en paro, desigualdad, pobreza y falta de oportunidades. Como casi todos los paisajes, de cerca, cuando ya estamos dentro de ellos, la crisis no tenía ningún encanto. Si hay una palabra que resume una situación social, moral, intelectual desde los inicios de este siglo confuso y deteriorado es sin duda esta crisis que todos llevamos en la boca, en la frente y sobre la espalda, como las llagas, como la cruz de un vía crucis interminable. De repente todo ha cambiado, lo que crecía se ha parado y encogido, las promesas se han olvidado e incumplido, todo lo que parecía seguro se ha convertido en improbable. Y todos nosotros estamos aprendiendo a vivir en este otro lugar en el que los límites están llenos de construcciones inacabadas, y los buitres y pájaros carroñeros vuelan cada vez más bajos sobre nosotros, que todavía no estamos muertos aunque ya se nos adivinan síntomas de putrefacción, de desesperación, de indignación.
Una crisis es simplemente el cuestionamiento de una situación, seguida por la certificación de la anormalidad. Curiosamente y a pesar del asombro que prácticamente no nos deja reaccionar, siempre vivimos en crisis, solo que muchos no lo han querido ver. Y tal vez esa crisis de todo, para todo, pueda ser, al estilo chino, una opción de abrir los ojos y reaccionar. La crisis existe no solo en el sistema financiero, no solamente es lo que hace que el trabajo sea precario, crisis es también la dudosa ubicación de la mujer y de la familia en esta sociedad donde los valores tradicionales ya no nos sirven a nadie, aunque todavía muchos crean que ese territorio, el de la intimidad, es un lugar seguro, a salvo de ataques y de crisis. Se olvidan que detrás de cada idilio hay una ruptura, detrás de cada enamoramiento viene una calma que presagia la muerte. Que detrás de toda emoción llega la insatisfacción. La crisis somos nosotros que hemos implantado una situación de movimiento continuo en nuestras vidas.
En las imágenes de los fotógrafos de NOPHOTO también está la crisis presente, de muchas formas, como dolor, como angustia, como posibilidad, como opción, como reto. Está la pregunta y la respuesta. Estas imágenes repasan un país donde todos los viernes son negros, donde los cuentos infantiles son ahora cuentos de terror, donde las princesas no solo están tristes sino que son corruptas. Retratan estos doce fotógrafos aspectos complementarios de una sociedad en la que todo se vende, pero en la que vuelve alguien que compra: se compra oro.
Se compran los recuerdos al peso, las ilusiones al gramo, nuestras historias, con sus nacimientos, bodas, aniversarios, muertes y todo lo que no se puede contar se convierte en unos pocos euros que pueden darnos de comer unos días, o pagarnos el médico, los libros de los niños. Una sociedad que vende sus ilusiones y sus recuerdos al peso está profundamente en crisis. Una sociedad de posguerra, con ruinas que no se han acabado de construir. Una sociedad que nos obliga a hacer números mientras dejamos atrás a nuestra familia, nuestras calles y nuestras costumbres. Porque nos vamos. Nos tenemos que echar al mar o ponernos a volar. Jóvenes y mayores, con esperanza y con esfuerzo, con la idea de volver, tal vez, algún día. Con la ilusión de que todo vuelva a ser como fue. Sueños imposibles que soñamos y en los que creímos que podíamos vivir. Pero los sueños, sueños son.
Y despertamos convertidos en emigrantes como esos millones que veíamos en nuestras calles, mientras paseábamos por nuestros sueños dorados. La princesa esta triste, qué tendrá la princesa. La princesa tiene deudas, la princesa está en crisis. Cuando la princesa despertó de su sueño vio con repugnancia que su príncipe azul, el protagonista de ese idilio propio de las revistas del corazón, era simplemente un sinvergüenza. Los cuernos, las estafas, sustituyeron a los ramos de flores y promesas de amor eterno. Los hospitales en venta sustituyen a lo que fue una de las mejores sanidades públicas del mundo; la construcción que sostenía el país se ha quedado inconclusa, con el culo al aire, sin acabar lo empezado han salido corriendo de un país en venta que ya nadie quiere comprar. Nos echaremos al mar, nadaremos, volaremos, viajaremos y comprenderemos al volver que la crisis somos nosotros, nuestra esperanza y las fuerzas de luchar por conseguirlas. Una sociedad en crisis es una sociedad cansada, expuesta a que todos le roben los zapatos y el corazón. Solo tenemos que comprender que todo puede ir bien, que todo puede volver a ir bien.
Cuando un día, a finales del año pasado, conduciendo hacia casa y hacia un triste fin de semana, presa de todas las crisis (económica, sentimental, moral, física) giré en una calle y, de repente, frente a mí, en un inmenso edificio colgaba una pancarta gigantescamente simple que me decía, a mi y solamente a mí, que “Todo va a ir bien”, comprendíque, según se me pintaba una sonrisa en la boca, mis problemas los tenía que solucionar yo. Que tendría que echarme al mar, al moro, o a donde fuera, que tendría que volar, hacer cuentas, vender mis recuerdos y mis pasiones, pero sobre todo tenía que sobrevivir a esta especie de tierra de zombies.
Comprendíque aquel conjunto musical inglés (o americano, ya no recuerdo) que tanto me gustó ya ha debido desaparecer, pero disfrué en su día escuchándolo y bailando a su ritmo. Que el placer de lo vivido no se puede vender porque su precio no lo puede pagar nadie, ni los buitres que pasean por la ciudad comprando oro. Que la crisis es solo una parte cíclica de una vida en continuo cambio y reajuste. Y si, que los chinos tienen razón, que una crisis es un peligro pero también una oportunidad.
Rosa Olivares