La pérdida. Eva González-Sancho.
 

07 SÉPTIMA CAJA / EXPOSICIÓN PORTÁTIL

COMISARIA: EVA GONZÁLEZ-SANCHO


la pérdida, aunque sea de la memoria, siempre nos lleva hacia atrás en el tiempo / y de repente volvemos a estar en el suelo, castigados por el barro veloz de lo violento, separados, con nuestra marca de arcilla en la frente / toda pérdida tiene que ver con algo que nos antecede, que no podemos nombrar ni tampoco recuperar / y sin embargo los árboles del bosque en el que nos perdimos todavía conservan sus letras, sus pergaminos prensados, aunque nadie los lea, aunque nadie nos recuerde / y por eso perdemos constantemente pequeños objetos / no hay llaves para la puerta, sólo el metal de algo que no encaja, que hiere el lomo manso e irremediable de la madera / o nos perdemos en su pérdida para encontrar la nuestra / los bolígrafos también nos pierden, ya no pueden escribir estas heridas / y yacemos muchos meses encajados / hasta que la tinta se levanta y camina su desconcierto / todo final nos remite al inicio que perdimos / los golpes abrieron la forma a sus deformidades / en el ojo separado se tramita la manipulación de las imágenes / con ráfagas de plata que sellan las heridas / el brazo que perdió a su cuerpo ya sólo puede despedirse / ramificado y hambriento, el silencio, se va tragando las palabras / por eso se calla el bosque de los niños perdidos, de los padres perdidos / aunque también podemos perder el miedo a perder el miedo a perder / canta el pájaro-árbol, se desnuda para que nadie más escriba sobre él / silbando los pensamientos muy despacio / caminando hacia atrás, sobre el contorno que recorren las hormigas / en la matriz que hornea las formas, en el fuego que no se avivó / hasta llegar a la miga de pan ensalivada / donde todo es posible y nada se ha decidido todavía / poder ser albatros, mica, cubo desbordado, castor, oruga muerta, metamorfosis lavada y perfumada / en el torno de las personas que desaparecieron, que fueron desplazadas hacia los andenes paralelos / de lo que come y se ríe sin saber que lo hace por repetición y fractura / y si todo sucede a la vez por qué llegan tan tarde los trenes / fue en el reverso de una moneda fuera de curso / acuñaron un barco pero sus velas se habían apagado, y era de noche / ahora amanece y perdimos lo intacto / lo intacto nos despierta cada mañana, con los dedos mojados / perdimos trenes, espigas, aviones, kilos, barcos / el silencio es una hilera de dientes arrancados / toda elección fotografía una pérdida, y los bordes en sombra se derraman / perdimos algunos libros valiosos, algunos pañuelos de estaño / tan ligeros íbamos que en el camino nos asaltaban las hojas de los chopos que se iban desprendiendo, sobre el pelo, sobre los hombros nos susurraban sus nombres incomprensibles, en el lenguaje inmóvil de los árboles / porque la pérdida es avance y al avanzar perdemos / abriendo el tiempo del espacio en el espacio del tiempo / el peso, el deseo, la materia / en el umbral del grito / respirando.

esther ramón



 

Madrid. Rafael Doctor.
 

06 SEXTA CAJA / EXPOSICIÓN PORTÁTIL

COMISARIOS: RAFAEL DOCTOR
 

Al igual que las personas, las ciudades pueden ser o no ser fotogénicas. Siempre me he preguntado qué es lo que le pasa Madrid a este respecto: una ciudad que se acopla tan bien a la vida y que sin embargo no suele salir muy favorecida en las fotos se mire por donde se mire. Mi amigo Miguel Vilach dice tenerlo claro y así sostiene que esta ciudad es como esas personas que sin ser muy agraciadas físicamente resultan mucho más atractivas que las objetivamente guapas. Yo realmente no estoy seguro de ello, pero lo que si tengo claro es que es una cuestión que siempre me ha rondado la cabeza pero para la que nunca he encontrado una respuesta clara.
 

En literatura, incluso en cine, Madrid mantiene el tipo y ofrece lo que se espera de ella, sin embargo con la fotografía no tengo la sensación de que ocurra lo mismo.


Planteemos un repaso imaginario por la imagen de Madrid desde que a mediados de siglo XIX se presentó el invento públicamente en la calle Arenal –y se fotografiaron sus tejados por primera vez– hasta la actualidad.

Así vamos a tener las primeras vistas de los monumentos de Clifford u otras como las de la Pradera de San Isidro de Laurent, el nacimiento de la Gran Vía que retrataba Marín o aquella vendedora de pavos de Alfonso, pasando por imágenes de preguerra de Cartier–Bresson o de guerra de Capa y tantos otros y de una postguerra en la que ni el flou de Ortiz–Echagüe acababa de surtir efecto, aunque sí el contoneo de esas amigas que subían la Gran Vía y que de espaldas fotografió Catalá–Roca un sábado o un domingo de los años cincuenta, la misma época que Enrique Palazuelo recorría las calles con Camilo José Cela para formar esas escenas matritenses, o Carlos Saura miraba El Rastro para dar imagen a lo que antes había escrito Ramón Gómez de la Serna. Más adelante un Madrid que se fuerza a sí mismo a tener una nueva imagen para estar a la altura de unos nuevos cambios y transiciones y en el que por fin se descubría que era la vida misma lo que daba sentido a ese espacio y no unas u otras formas o cualidades. Así Pablo Pérez Mínguez mira de frente a esa vida y Ouka Lele y Alberto García–Alíx y Yuste y Trillo y tantos otros que han descubierto que esa vida tiene su razón de ser en sus gentes y que son ellas las verdaderas fachadas que hay que mirar para fotografiar claramente a esta ciudad; rostros y composturas que son el mejor panorama de una ciudad que se escurre, que se escapa siempre.

Rafael Doctor


Errores. Sergio Rubira.
 

05 QUINTA CAJA / EXPOSICIÓN PORTÁTIL

COMISARIO: SERGIO RUBIRA
 

La historia de la fotografía ha estado siempre muy vinculada a la idea de error, aunque se haya preferido relacionar tradicionalmente con ese otro concepto tan peligroso como es el de progreso. Desde su creación, los fallos técnicos, los accidentes, los despistes, los descuidos y las casualidades fueron admitidos como una parte de la misma fotografía y sus procesos.


Primer caso:


En 1841, William Fox Talbot patentó el calotipo, una de las primeras técnicas fotográficas que utilizaba el negativo. Este descubrimiento fue fruto de un error en el laboratorio: uno de los papeles impregnados en sales de plata de Talbot no había registrado la imagen y éste volvió a sumergirlo en la solución para poder reutilizarlo creyendo que la primera vez no había quedado suficientemente sensibilizado. Su sorpresa se produjo cuando al sumergirlo, la imagen empezó a desvelarse poco a poco. Estaba latente en el papel.


Segundo caso:

La trayectoria de Man Ray está llena de fallos, aunque quizás él hubiese preferido llamarlos azares. Uno de ellos fue la solarización. Lee Miller, que en ese momento era su asistente, además de su modelo, expuso a la luz un negativo cuando lo estaba revelando en el cuarto oscuro. Esta exposición provocó que resultara una imagen con luces y sombras excesivas que creaban un extraño aura en torno al personaje. Otro sucedió cuando retrató a la excéntrica Marquesa Casati, uno de esos personajes con mucho de obra de arte en sí mismos que eran fundamentales en el París de las Vanguardias. Ella no dejó de moverse durante la sesión y el efecto de barrido que multiplica sus misteriosos ojos fue la consecuencia que hizo del retrato un icono. Mostrarlo fue un empeño de la propia aristócrata, Man Ray no quería enseñarlo.

Tercer caso:


No sólo hay errores técnicos asumidos como parte del proceso o de un estilo sino también fotografías consideradas fallidas que han pasado a formar parte de nuestro imaginario como la que Jacques-Henri Lartigue tomó en 1913 de un coche Schneider en la carrera del Grand Prix del Automobile Club de Francia que se celebraba en Dieppe y que él rechazó. Esta imagen hoy representa la fascinación por la velocidad y la atracción por la máquina de toda una época.


¿Cuarto caso?


Dar una segunda oportunidad –como la que tuvieron las anteriores– a algunas imágenes que fueron descartadas es una de las intenciones de esta selección. También reflexionar sobre los límites entre lo que se considera fallo y acierto, fronteras que son difíciles de concretar y que en ocasiones sólo para el fotógrafo que toma la imagen son perceptibles. Buscar fallos, tipos de fallos, desde los técnicos de algunas de ellas (un flash demasiado, o no lo bastante, luminoso; una cámara que decide libremente si la fotografía es horizontal o vertical; un perfil desenfocado, un mal escaneado del negativo) hasta los humanos (una puerta que no debería estar allí, un trípode olvidado, unos zapatos manchados), pasando por lo accidental (alguien que se mueve de una forma inesperada) y el encuentro (unas luces fundidas) que se convierten en ese “instante preciso” del que tanto se escribe en fotografía. Otros, sin embargo, tienen un carácter personal: cómo no quiero que me vean (“no se corresponde con mi estilo” y una fotografía del álbum privado desechada pero que todavía se siente) o son testimonio de algo que cuesta perdonar (una visita que nunca se hizo y que ahora es imposible realizar).


Una caja llena de errores que aspira a convertirse en una llena de logros.

Sergio Rubira


Crisis. Rosa Olivares.


04 CUARTA CAJA / EXPOSICIÓN PORTÁTIL
COMISARIA: ROSA OLIVARES
 

Crisis. Una palabra que sirve para todo.


Hace algunos años me gustaba mucho un conjunto que se llamaba “Crisis”. El nombre, la palabra me encantaba:corta, sonora, significativa pero ambigua al mismo tiempo. Luego me enteré de que en chino no existe esta palabra, al menos no con el significado que le damos nosotros. Para los orientales “crisis” (wei ji) es un concepto compuesto por dos símbolos, que significan “peligro” (wei) y “oportunidad” (ji). Todo esto me entusiasmaba y hasta pensé en crear una revista, una colección de textos, solo para ponerle como título “CRISIS”, que tan bien sonaba en inglés y tan llena de esperanza nos llegaba desde China.


Pero poco a poco España, toda Europa, empezó a vivir dentro de una niebla cada vez más tupida formada por una crisis que no tenía nada de hermoso, que sonaba fatal y cuyo contenido se resumía en paro, desigualdad, pobreza y falta de oportunidades. Como casi todos los paisajes, de cerca, cuando ya estamos dentro de ellos, la crisis no tenía ningún encanto. Si hay una palabra que resume una situación social, moral, intelectual desde los inicios de este siglo confuso y deteriorado es sin duda esta crisis que todos llevamos en la boca, en la frente y sobre la espalda, como las llagas, como la cruz de un vía crucis interminable. De repente todo ha cambiado, lo que crecía se ha parado y encogido, las promesas se han olvidado e incumplido, todo lo que parecía seguro se ha convertido en improbable. Y todos nosotros estamos aprendiendo a vivir en este otro lugar en el que los límites están llenos de construcciones inacabadas, y los buitres y pájaros carroñeros vuelan cada vez más bajos sobre nosotros, que todavía no estamos muertos aunque ya se nos adivinan síntomas de putrefacción, de desesperación, de indignación.


Una crisis es simplemente el cuestionamiento de una situación, seguida por la certificación de la anormalidad. Curiosamente y a pesar del asombro que prácticamente no nos deja reaccionar, siempre vivimos en crisis, solo que muchos no lo han querido ver. Y tal vez esa crisis de todo, para todo, pueda ser, al estilo chino, una opción de abrir los ojos y reaccionar. La crisis existe no solo en el sistema financiero, no solamente es lo que hace que el trabajo sea precario, crisis es también la dudosa ubicación de la mujer y de la familia en esta sociedad donde los valores tradicionales ya no nos sirven a nadie, aunque todavía muchos crean que ese territorio, el de la intimidad, es un lugar seguro, a salvo de ataques y de crisis. Se olvidan que detrás de cada idilio hay una ruptura, detrás de cada enamoramiento viene una calma que presagia la muerte. Que detrás de toda emoción llega la insatisfacción. La crisis somos nosotros que hemos implantado una situación de movimiento continuo en nuestras vidas.


En las imágenes de los fotógrafos de NOPHOTO también está la crisis presente, de muchas formas, como dolor, como angustia, como posibilidad, como opción, como reto. Está la pregunta y la respuesta. Estas imágenes repasan un país donde todos los viernes son negros, donde los cuentos infantiles son ahora cuentos de terror, donde las princesas no solo están tristes sino que son corruptas. Retratan estos doce fotógrafos aspectos complementarios de una sociedad en la que todo se vende, pero en la que vuelve alguien que compra: se compra oro.

Se compran los recuerdos al peso, las ilusiones al gramo, nuestras historias, con sus nacimientos, bodas, aniversarios, muertes y todo lo que no se puede contar se convierte en unos pocos euros que pueden darnos de comer unos días, o pagarnos el médico, los libros de los niños. Una sociedad que vende sus ilusiones y sus recuerdos al peso está profundamente en crisis. Una sociedad de posguerra, con ruinas que no se han acabado de construir. Una sociedad que nos obliga a hacer números mientras dejamos atrás a nuestra familia, nuestras calles y nuestras costumbres. Porque nos vamos. Nos tenemos que echar al mar o ponernos a volar. Jóvenes y mayores, con esperanza y con esfuerzo, con la idea de volver, tal vez, algún día. Con la ilusión de que todo vuelva a ser como fue. Sueños imposibles que soñamos y en los que creímos que podíamos vivir. Pero los sueños, sueños son.


Y despertamos convertidos en emigrantes como esos millones que veíamos en nuestras calles, mientras paseábamos por nuestros sueños dorados. La princesa esta triste, qué tendrá la princesa. La princesa tiene deudas, la princesa está en crisis. Cuando la princesa despertó de su sueño vio con repugnancia que su príncipe azul, el protagonista de ese idilio propio de las revistas del corazón, era simplemente un sinvergüenza. Los cuernos, las estafas, sustituyeron a los ramos de flores y promesas de amor eterno. Los hospitales en venta sustituyen a lo que fue una de las mejores sanidades públicas del mundo; la construcción que sostenía el país se ha quedado inconclusa, con el culo al aire, sin acabar lo empezado han salido corriendo de un país en venta que ya nadie quiere comprar. Nos echaremos al mar, nadaremos, volaremos, viajaremos y comprenderemos al volver que la crisis somos nosotros, nuestra esperanza y las fuerzas de luchar por conseguirlas. Una sociedad en crisis es una sociedad cansada, expuesta a que todos le roben los zapatos y el corazón. Solo tenemos que comprender que todo puede ir bien, que todo puede volver a ir bien.


Cuando un día, a finales del año pasado, conduciendo hacia casa y hacia un triste fin de semana, presa de todas las crisis (económica, sentimental, moral, física) giré en una calle y, de repente, frente a mí, en un inmenso edificio colgaba una pancarta gigantescamente simple que me decía, a mi y solamente a mí, que “Todo va a ir bien”, comprendíque, según se me pintaba una sonrisa en la boca, mis problemas los tenía que solucionar yo. Que tendría que echarme al mar, al moro, o a donde fuera, que tendría que volar, hacer cuentas, vender mis recuerdos y mis pasiones, pero sobre todo tenía que sobrevivir a esta especie de tierra de zombies.


Comprendíque aquel conjunto musical inglés (o americano, ya no recuerdo) que tanto me gustó ya ha debido desaparecer, pero disfrué en su día escuchándolo y bailando a su ritmo. Que el placer de lo vivido no se puede vender porque su precio no lo puede pagar nadie, ni los buitres que pasean por la ciudad comprando oro. Que la crisis es solo una parte cíclica de una vida en continuo cambio y reajuste. Y si, que los chinos tienen razón, que una crisis es un peligro pero también una oportunidad.

Rosa Olivares


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03 TERCERA CAJA / EXPOSICIÓN PORTÁTIL

COMISARIOS: ROBERTO VIDAL + IRAIDA LOMBARDÍA
 

Puede parecer que la fotografía no es más que un arte de lo visible, que deja a un lado todo, salvo la imagen de las cosas, como una especie de espejo estático que detiene la vida en un sensor plagado de semiconductores o en una película. Desde que Peirce estableció la conexión física de los signos (1), se ha hablado en numerosas ocasiones de su naturaleza de index. No cabe duda de que también participa de las categorías de lo icónico y lo simbólico, pero finalmente, gracias al componente maquínico de la imagen fotográfica que a través de los químicos y la mecánica, y ahora de la tecnología digital, es capaz de contagiarse de la realidad hasta tal punto que a veces se confunde con ella, su carácter indiciario es el elemento donde reside la especificidad de la fotografía frente a otros medios de representación visual (2). Sin embargo, no podemos olvidar que se trata de una percepción de un sujeto u objeto que ha estado aquí, pero que ya no está aquí, en una conjunción ilógica del aquí y el anteriormente, existiendo un mensaje sin código del que se desprende la irrealidad real de la fotografía (3). Además, tal y como afirmo Barthes al señalar que “ la foto me emociona si la retiro de su cháchara ordinaria: Técnica, Realidad, Reportaje, Arte, etc.: no decir nada, cerrar los ojos, dejar que el detalle aflore a la conciencia afectiva” (4). Si una imagen nos conmueve, podríamos decir que es por todo lo que hay de invisible en ella. Porque existe un espacio del que no somos capaces de apropiarnos ni mediante la imagen ni tampoco mediante la palabra. Ese espacio intangible, libre en cierto modo, es el que hemos tratado de perseguir y atrapar en esta caja.

Así, al margen de la capacidad de mimesis de lo fotográfico, hemos buscado lo que queda fuera del marco, lo que sucede más allá del encuadre, hemos jugado a encontrar los puntos muertos, lo que se escapa, las esquinas ciegas. Porque son estos lugares inaccesibles a la mirada, esas imágenes poco complacientes e incluso frustrantes en algunos casos, que no lo enseñan todo, nuestro “talón de Aquiles, el punto de fuga, nuestra única oportunidad” (5); el límite, la incapacidad, el error, la ausencia, lo que consigue finalmente arrebatarnos. Y así, la fotografía a veces se esconde en el deseo de la mirada que oculta la identidad de una voyeur tras unos descomunales prismáticos en algún lugar de Asia. En Azores encapuchados que ladean la cabeza y nos permiten observar su poder y vulnerabilidad. En personajes inertes y languidecientes, atrapados en un mundo de espejos y ventanas. En horizontes inexistentes de líneas difusas. En la búsqueda de historias desconocidas que tratan de aliviar nuestra evidente fragilidad. En una manta tirada en el suelo que nos habla de la tragedia de Nagasaki a través de un personaje que ya no existe. En estelas de hombre que se esconden en un jardín salvaje. En ángeles de piscina que nos hacen sentir tranquilos, húmedos y cálidos. En unos Giardini de visitantes ausentes colonizados por la niebla. En una foto en blanco y negro que vemos de color azul. En paredes construidas para ser demolidas. O en delirios naturales producto del horror vacui de un millar de hojas. En todos estos lugares, que ahora recogemos en esta caja, algunos lograron fotografiar lo invisible.

Roberto VIdal e Iraida Lombardía


(1) PEIRCE, Charles S.: La ciencia de la semiótica. Buenos Aires, Nueva Visión, 1974.
(2) DUBOIS, Philippe: El acto fotográfico. De la representación a la percepción. Barcelona, Paidós, 1986.
(3) RAUSS, Rosalind: La originalidad de la vanguardia y otros mitos modernos, Madrid, Alianza Editorial, 1996.
(4) KRAUSS, Rosalind: Lo fotográfico por una teoría de los desplazamientos, Editorial Gustavo Gilli, Barcelona, 2002.
(5) ZULUETA, Iván: Arrebato, 1979


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02 SEGUNDA CAJA / EXPOSICIÓN PORTÁTIL

COMISARIA: VIRGINIA TORRENTE
 

Aunque NOPHOTO es un colectivo de 12 fotógrafos, y gestionan muchas cosas juntos –entre otras, un local, una página web, etc.- son 12 individuos, 12 creadores que se enfrentan con la cámara al mundo de manera individual.


Solitario frente al tema, que elige por gusto o le es dado por encargo, el fotógrafo suele estar solo en el momento en que trabaja, concentrado en tomar decisiones que son individuales. Es su propio criterio el que marca el resultado.


Pero ¿qué es la soledad? ¿Un microcosmos en el que nos recluímos, intencionadamente o a nuestro pesar? ¿Buscamos estar solos, o estamos condenados a ello, como reflejo de un estado mental producido por la sociedad actual en la que vivimos? Estar o sentirse solo, puede ser evocado y representado de infinitas maneras.


La soledad es reflejar un estado interior propio, o mostrar una visión exterior, captada en la calle o en cualquier otro lugar. Podemos estar solos en casa y en medio de una multitud también puede existir la soledad. Pero en esta exposición, que está dentro de otra exposición, el tema elegido, SOLOS, no se ha de referir exclusivamente a un estado mental o físico, o a un modo de trabajar, sino que abarca todo aquello que los fotógrafos de NOPHOTO quieran que abarque, y yo quiero que sea algo más que el tópico que nos viene a la cabeza cuando decimos SOLOS.


¿Qué  soporte mejor que la fotografía para hablar de la soledad? Entre la captura en un segundo  o el ángulo largamente buscado, ese espectro tan grande entre lo instantáneo y lo premeditado, la fotografía tiene una capacidad inmensa de transmitir sentimientos.


La fotografía es un mosaico para explorar lenguajes diversos. Y es capaz de retratar lo más íntimo de los sentimientos con gran fidelidad, y esto ya es un tema que está en las manos del autor. Según definición de Juan Millás, integrante de Nophoto: “La primera obligación del fotógrafo consiste en detectar aquellos signos que nos permiten descifrar el mundo en que vivimos”. Esos signos a que Millás se refiere son tan amplios como casi infinitos, desde lo más común a lo más extraordinario, y están en todas partes.

También se puede decir que la fotografía es uno de los soportes creativos y más mediáticos a la vez que populares hoy día. En contraste, y pese a la masificación del medio, el espectador se enfrenta solo a la fotografía. En la intimidad de su casa, en una sala de exposiciones, en su móvil o frente al ordenador.  Incluso comentando fotografías entre varios, porque la opinión es tan personal como lo que haya querido retratar el autor.


Entre el fotoperiodismo y el trabajo más puramente creativo, entre el reportaje  y la ficción, entre lo literal y lo literario, he aquí el un ejemplo en 12 fotos, firmadas por 12 fotógrafos, comprometidos profundamente con lo que hacen.


La representación de la soledad puede venir de la mano múltiples escenarios: de un retrato –individual o colectivo-, un paisaje –en la naturaleza o urbano-. De manera consciente o inconsciente, la soledad está presente en nuestras vidas. Y no estamos preparados para encontrarnos solos, no nos enseñan a eso. Si acaso, nos enseñan que no es algo bueno, porque vivimos en sociedad y tenemos que relacionarnos. Estar solo es un estado denostado, como si fuera un fracaso social. Creo que deberíamos estar preparados para la soledad, que aparece en nuestras vidas cuando menos lo esperamos. Y tiene muchas facetas positivas.


El modo de trabajar de NOPHOTO representa un ejemplo de militancia y fuerza que da el estar dentro del grupo, a la vez que la independencia creativa dentro del colectivo. Es decir: solos en lo creativo, pero bien acompañados en la gestión común. Cada uno enfoca su trabajo a un campo diferente, buscan vías de comunicación distintas, siendo para unos más la prensa,  otros para el trabajo de encargo, y otros, más enfocados a la exposición en galería de arte y/o la publicación que reúna un trabajo serie fotográfica cerrada o en proceso. Y los doce componentes de NOPHOTO, por supuesto también a través de su propia web.

Virginia Torrente

 

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01 PRIMERA CAJA / EXPOSICIÓN PORTÁTIL

COMISARIA: TANIA PARDO
 

Bajo el título Juntos se presenta la primera caja exposición portátil del proyecto Retando a la Suerte. Una reflexión sobre la idea de lo colectivo como punto de partida. Una propuesta para cada uno de los fotógrafos que componen el colectivo NOPHOTO. En este caso, se trata de visibilizar las diferentes relaciones que se establecen en esta muestra. Desde la propuesta individual de la comisaria, quien ha lanzado una pregunta a cada uno de los miembros que forman el colectivo para ser respondida individualmente, –¿qué fotografía que forma tu obra representa para ti lo colectivo?–, hasta la respuesta plasmada en las doce imágenes que conforman la exposición. Por tanto, se pone de relieve la intención de desarrollar una práctica curatorial compartida entre cada uno de los fotógrafos y la comisaria, ya que todas las respuestas han sido respondidas libremente, bajo la premisa de la representación de la colectividad. El resultado son fotografías que, aún siendo diversas, podrían agruparse, en un primer momento, bajo planteamientos similares: las que evidencian la unión de grupos –Jorquera, Marta Soul, Jonás Bel, Carlos Sanva, Iñaki Domingo y Paco Gómez–; otras más abstractas que conforman una representatividad más íntima y fragmentada –Eva Sala, Juan Valbuena y Juan Santos– hasta las que encierran significados más poéticos y abstractos –Juan Millás, Eduardo Nave y Carlos Luján–.

Sin duda, se trata de cuestionar(se) la colectividad como un hecho en sí mismo mediante una narración en la que convergen diversas conexiones sobre la práctica colectiva. Ya que el hecho de trabajar agrupados, en términos de creación, supone aceptar la renuncia de la autoría y, en principio, asumir que, más allá de existir puntos en común, se acepta la disidencia como una praxis cotidiana. Conceptos que se esconden en la propia negación que forma la sílaba que antecede a su nombre NOPHOTO: hacer de la negación un punto de encuentro.
 

Porque detrás de cada colectivo hay una individualidad que reside en la fotografía como experiencia compartida. Cada uno de los miembros que forman NOPHOTO son generosos y lo plasman en la renuncia de lo propio a favor de lo ajeno, saber avanzar dejando, siempre, paso al de al lado.


Un lugar como espacio común. Compartir y quizá, descompartir aceptando que cada uno es distinto. Luchar, como militancia diaria, desde la resistencia de crear a través de la soledad individual de la lente de una cámara. Fotógrafos, más que artistas, o artistas más que fotógrafos. Qué más da. Están Juntos y eso es lo que importa. Saberse acompañado, como un acto de fe para retar a la suerte.

Tania Pardo