03 TERCERA CAJA / EXPOSICIÓN PORTÁTIL
COMISARIOS: ROBERTO VIDAL + IRAIDA LOMBARDÍA
Puede parecer que la fotografía no es más que un arte de lo visible, que deja a un lado todo, salvo la imagen de las cosas, como una especie de espejo estático que detiene la vida en un sensor plagado de semiconductores o en una película. Desde que Peirce estableció la conexión física de los signos (1), se ha hablado en numerosas ocasiones de su naturaleza de index. No cabe duda de que también participa de las categorías de lo icónico y lo simbólico, pero finalmente, gracias al componente maquínico de la imagen fotográfica que a través de los químicos y la mecánica, y ahora de la tecnología digital, es capaz de contagiarse de la realidad hasta tal punto que a veces se confunde con ella, su carácter indiciario es el elemento donde reside la especificidad de la fotografía frente a otros medios de representación visual (2). Sin embargo, no podemos olvidar que se trata de una percepción de un sujeto u objeto que ha estado aquí, pero que ya no está aquí, en una conjunción ilógica del aquí y el anteriormente, existiendo un mensaje sin código del que se desprende la irrealidad real de la fotografía (3). Además, tal y como afirmo Barthes al señalar que “ la foto me emociona si la retiro de su cháchara ordinaria: Técnica, Realidad, Reportaje, Arte, etc.: no decir nada, cerrar los ojos, dejar que el detalle aflore a la conciencia afectiva” (4). Si una imagen nos conmueve, podríamos decir que es por todo lo que hay de invisible en ella. Porque existe un espacio del que no somos capaces de apropiarnos ni mediante la imagen ni tampoco mediante la palabra. Ese espacio intangible, libre en cierto modo, es el que hemos tratado de perseguir y atrapar en esta caja.
Así, al margen de la capacidad de mimesis de lo fotográfico, hemos buscado lo que queda fuera del marco, lo que sucede más allá del encuadre, hemos jugado a encontrar los puntos muertos, lo que se escapa, las esquinas ciegas. Porque son estos lugares inaccesibles a la mirada, esas imágenes poco complacientes e incluso frustrantes en algunos casos, que no lo enseñan todo, nuestro “talón de Aquiles, el punto de fuga, nuestra única oportunidad” (5); el límite, la incapacidad, el error, la ausencia, lo que consigue finalmente arrebatarnos. Y así, la fotografía a veces se esconde en el deseo de la mirada que oculta la identidad de una voyeur tras unos descomunales prismáticos en algún lugar de Asia. En Azores encapuchados que ladean la cabeza y nos permiten observar su poder y vulnerabilidad. En personajes inertes y languidecientes, atrapados en un mundo de espejos y ventanas. En horizontes inexistentes de líneas difusas. En la búsqueda de historias desconocidas que tratan de aliviar nuestra evidente fragilidad. En una manta tirada en el suelo que nos habla de la tragedia de Nagasaki a través de un personaje que ya no existe. En estelas de hombre que se esconden en un jardín salvaje. En ángeles de piscina que nos hacen sentir tranquilos, húmedos y cálidos. En unos Giardini de visitantes ausentes colonizados por la niebla. En una foto en blanco y negro que vemos de color azul. En paredes construidas para ser demolidas. O en delirios naturales producto del horror vacui de un millar de hojas. En todos estos lugares, que ahora recogemos en esta caja, algunos lograron fotografiar lo invisible.
Roberto VIdal e Iraida Lombardía
(1) PEIRCE, Charles S.: La ciencia de la semiótica. Buenos Aires, Nueva Visión, 1974.
(2) DUBOIS, Philippe: El acto fotográfico. De la representación a la percepción. Barcelona, Paidós, 1986.
(3) RAUSS, Rosalind: La originalidad de la vanguardia y otros mitos modernos, Madrid, Alianza Editorial, 1996.
(4) KRAUSS, Rosalind: Lo fotográfico por una teoría de los desplazamientos, Editorial Gustavo Gilli, Barcelona, 2002.
(5) ZULUETA, Iván: Arrebato, 1979